Con copas por delante y con la relativa confianza que da haber pasado varias horas juntos, negociado la compraventa de proyectos valorados en millones de dólares, alguien se atrevió a preguntar al árabe:
-Entre nosotros, ¿tú sabes exactamente cuánto dinero tienes?
Y el árabe, enfundado en su túnica negra y su velo blanco, ajustado a la frente con un cordel, contestó pausadamente:
-¿Antes, o después de hacer la pregunta? Porque el petróleo sigue saliendo...
(...)
El dinero es un asunto sucio, del que da pudor hablar a quien lo tiene (el pudor, me refiero). Y tras haberme reunido hace unos días con un árabe -a quien volveré a ver la semana que viene en Dubai, para presentar un proyecto a sus amigos inversores de petrodólares- le he dado vueltas a este asunto sucio del dinero.
Ahora que la crisis golpea fuerte y deja acorralados contra la hipoteca cada vez a más amigos y familiares, es el momento de dar sin esperar nada a cambio, de envolver los euros en papel de plata y lanzarlos discretamente como un regalo (tal como hacían los Reyes Magos, cuando de pequeños cantábamos villancicos ante el portal de Belén).
De esta crisis vamos a salir, ya lo creo. Pero me temo que no será por las medidas gubernamentales, sino gracias a la ayuda de la mejor de las inversiones: la familia y los amigos.
(...)
"Antes de la revolución del petróleo, a los árabes nos bastaba con unos dátiles y leche de camella. Y éramos felices. Pero el dinero nos ha enloquecido y ahora no nos satisfacen ni los mayores excesos", nos confesó el árabe, en confianza.
¿Y no nos ha pasado lo mismo en Occidente, me pregunto yo?